Relato Especial Navidad de mi novela El rostro en el laúd
Estas navidades me gustaría compartir con vosotros un relato sobre mi novela El rostro en el laúd basado en estas fechas.
Podéis disfrutar de su lectura tanto si habéis leído la novela como si no. En el primer caso, encontraréis una historia que ocurrió después de los sucesos del libro. En el segundo, hallaréis una historia de terror sobre un laúd "maldito" y si despierta vuestro interés, podéis encontrar el origen de todo en la novela.
Este relato formó parte de una iniciativa que se llevó a cabo las navidades pasadas.
En definitiva, se trata de un relato escrito especialmente para estas fiestas: Un nuevo personaje encuentra el grotesco laúd durante estas fechas y debe enfrentarse a los misterios del mismo en plena Navidad...
Para poneros en antecedentes, os dejo el booktrailer.
Y a continuación, el relato:
Relato Especial Navidad "El rostro en el laúd"
Pedro
Unos
días antes del veinticuatro de diciembre de 2017, Pedro, un hombre de mediana
edad, regresaba del trabajo en coche cuando tuvo una avería y se vio obligado a
detener el vehículo. Paró en el arcén. Se bajó, se colocó el chaleco
reflectante y ubicó el triángulo de aviso a la distancia reglamentaria. Llamó a
la grúa. Le aseguraron que tardarían poco en llegar.
Observó
sus alrededores. Se encontraba en un tramo de carretera rodeado de campo que
recorría casi a diario. Próxima, se hallaba una urbanización en la que se
produjo un gran incendio en una de sus viviendas tres años atrás, suceso que
tuvo bastante repercusión en los medios por ser el causante de tres fatales fallecimientos.
Hacía
frío, eran casi las siete de la tarde. Había oscurecido. No tenía otro remedio
que esperar a la grúa junto a su coche. Tan aburrido como impaciente, comenzó a
caminar, sin alejarse demasiado del vehículo. Hizo una llamada a su esposa,
Carolina, para avisarla de lo ocurrido.
Cuando
colgó, tras recorrer otra pequeña distancia, le pareció distinguir algo en el
arcén que, por su forma, llamó su atención. Se trataba de un instrumento
similar a una guitarra, boca abajo. Pero no lo era exactamente… se trataba de
un viejo laúd cuya madera estaba bruscamente tallada. Tomó el mástil y lo levantó. Le dio la
vuelta para mirar la parte de delante. Le sorprendió ver el extraño desgaste de
la superficie también por ese lado, pero lo que verdaderamente llamó su atención fue algo que descubrió en su interior: un horrible rostro de madera. Por unos instantes tuvo la certeza de que sus ojos le observaban con intensidad y un repentino impulso le hizo
soltarlo.
Decidió
regresar junto al coche, pero se le ocurrió una idea: Su sobrino, Simón, un adolescente
de los de ahora, le había pedido que le regalase una guitarra por Navidad, pues se
había animado a aprender a tocarla. Sabía interpretar algunas melodías en la
guitarra que le prestó su amigo e iba siendo hora de que tuviera una propia. ¿Y si se llevaba ese viejo y deslucido laúd y
se lo entregaba a su sobrino antes que la guitarra para gastarle una broma? Podría ser divertido. ¡Menuda cara pondría al desenvolverlo! Se le escapó una sonrisa mientras lo imaginaba.
Cogió el laúd y lo guardó en el
maletero del coche. La grúa no podría tardar demasiado en llegar.
*****
Cuando
por fin regresó a casa, le mostró el lúgubre laúd a su mujer y le contó el plan
que tenía para el regalo de Simón. Primero, ella le regañó, le pidió que tirase
el instrumento porque era un trasto viejo y horroroso. No obstante, Pedro tuvo otra brillante idea:
—No es
necesario tirarlo, Caro. Cuando le gaste la broma a Simón, lo usaremos para
alimentar el fuego de la chimenea durante la cena de Navidad.
—Entonces,
¿al final la encenderemos?
—Sí,
quiero crear un ambiente acogedor.
—Qué
te gusta una americanada —bromeó
ella.
—Bueno,
es que este año por fin pueden venir a cenar mi hermano y su familia. Voy a
guardar esto —se refirió al laúd.
Pedro
salió de casa y se dirigió al trastero que tenían en un pequeño patio trasero
que habían reformado recientemente.
Abrió
la puerta, sin embargo, justo antes de dejarlo allí, volvió a observarlo. Ese
rostro que tenía en el interior despertó en él cierta curiosidad y quería verlo
con más detenimiento. Se colocó con el instrumento bajo una de las lamparillas
del patio y, con la luminosidad, pudo ver la oquedad tras las cuerdas con más
claridad. El rostro era aún más turbador cuando podía distinguirse mejor. Se preguntó a sí mismo quién podría haber fabricado un instrumento como ese.
Lo
apoyó en la pared, tomó su teléfono móvil, le hizo una fotografía y la
compartió en sus redes sociales con un ingenioso comentario.
Después
dejó el macabro instrumento de cuerda en el trastero.
*****
El
día siguiente transcurrió con normalidad. Sin embargo, cuando Pedro llegó a
casa después del trabajo, se sorprendió al encontrar el laúd en el salón, junto
a la chimenea. Pensó que podría haberlo traído su esposa, pero en esos momentos
no estaba en casa, ya que había salido para realizar algunas compras navideñas.
Negó con la cabeza y fue hacia la cocina. Le apetecía una bebida fría. La
cogería y enseguida devolvería el laúd al trastero.
Tomó
una cerveza del frigorífico, regresó al salón y al pasar por la puerta, casi se
cae al tropezar con el instrumento, el cual estaba tumbado delante de la misma.
—¿Pero
qué…?
Parte
de la cerveza se derramó.
—¿Caro?—exclamó,
pero no tuvo respuesta.
Desconcertado,
cogió el laúd y volvió a guardarlo.
Aquella
fue la primera extrañeza. Posteriormente ocurrió otra, la noche del día
veintidós. Su mujer despertó asegurando que había escuchado ruidos en el salón.
Pedro no tuvo más remedio que bajar para comprobar de qué se trataba.
Una
vez allí, comenzó a percibir el estremecedor sonido de macabros crujidos que
produciría la madera al retorcerse y le invadió una leve sensación de inquietud.
Encendió la luz. El laúd volvía a estar junto a la chimenea. Los crujidos no
cesaban y pronto reparó en que el origen se encontraba en el interior
del instrumento.
Desde
donde permanecía Pedro, el hueco del laúd se veía completamente negro, así que
decidió aproximarse lentamente.
A
medida que daba un paso, tuvo la impresión de que los quejicosos crujidos se
tornaban más desagradables y enseguida imaginó al rostro revolviéndose en la
densa oscuridad de la cavidad.
Repentinamente,
se sobresaltó, pues las cuerdas del laúd comenzaron a vibrar por sí solas
emitiendo una corta y estridente melodía. En ese momento, ya estaba lo
suficientemente cerca como para alargar el brazo y cogerlo una vez más, pero
quedó paralizado cuando notó una presencia tras él.
—Hazlo ya —pronunció una siniestra e
impetuosa voz que salía del instrumento a medida que el rostro se asomaba
paulatinamente por el hueco y parecía observar algo o a alguien que estaba
detrás de Pedro.—Hazlo.
Pedro
no pudo reprimir un intenso escalofrío y huyó enseguida hacia la puerta del
salón.
—¡Pedro!
—escuchó a su esposa, quien se dirigía hacia allí.
—¡No,
Caro! ¡No vengas! —exclamó. Pero ella entró la estancia.
—¿Qué
sucede? —quiso saber al percibir el desasosiego de su marido.
Este
miró hacia el instrumento y vio que permanecía junto a la chimenea, como si
nada hubiese ocurrido.
Se
dirigió hacia él y lo levantó por el mástil con sumo cuidado.
—¿Qué
haces con eso? —preguntó ella.
—Caro,
¿tú lo has puesto aquí?
—¿Yo?
¿Para qué?
Pedro
salió de la casa. Lo llevó al trastero y cerró con llave.
—Pedro…
—su esposa le había seguido.
—No es
nada. Mira… creo que lo de la broma de Simón no era muy buena idea… Me desharé
de ese laúd viejo, como dijiste… Tranquila. Volvamos a la cama.
*****
La
mañana del veintitrés, sábado, Pedro despertó con el firme convencimiento de
deshacerse del laúd. La experiencia de la pasada noche le causó una honda
impresión. Quiso creer que lo había imaginado, no obstante, el recuerdo era lo
suficientemente real como para desear deshacerse del instrumento cuanto antes.
Cogió
el laúd, se montó en su coche y condujo justamente hasta donde lo encontró. Lo
dejó allí. Sin
embargo, cuando regresó a casa, contrario a toda lógica, volvió a hallar el
laúd junto a la chimenea. Entonces,
lo tiró en un contenedor de basura, tres o cuatro calles más atrás. Cuando
regresó, estaba junto a la chimenea de nuevo. Alarmado,
acudió con el instrumento al campo. Hizo un agujero y lo enterró.
Una
vez en casa, respiró aliviado al no encontrarlo.
*****
El
día veinticuatro, mientras almorzaba con su esposa, no podía evitar pensar en los extraños sucesos relacionados con el laúd.
Tras
la comida, ambos comenzaron los preparativos para la cena de Navidad y
revisaron la decoración del salón. El hogar desprendía el más acogedor ambiente
navideño.
Pedro
se dispuso a envolver la guitarra de su sobrino e, inesperadamente, mientras lo
hacía, recibió un mensaje en el móvil. Era de un amigo. Le felicitaba las
fiestas y, de paso, le enviaba un enlace a una web en la que aseguraba haber
leído algo sobre un extraño laúd que podría coincidir con la fotografía que
había visto en uno de sus perfiles sociales.
Estuvo
a punto hacer caso omiso a dicho enlace, pero finalmente pulsó sobre él (click aquí: https://goo.gl/arJN7y) y
pudo leer un breve artículo escrito por una mujer cuyo nombre era Julia y que
mencionaba tal instrumento. La leyenda que pesaba sobre el lúgubre laúd le
provocó cierto espanto.
*****
Casi
a la hora de cenar, llegaron los invitados: el hermano de Pedro, su cuñada y su
sobrino. Él y su mujer recibieron a la familia. Habían encendido previamente la
chimenea y la decoración estaba perfecta.
Cuando
comenzó la cena en el salón, Pedro seguía pensando en lo que leyó en aquella
página web y, de vez en cuando, miraba hacia la chimenea. Afortunadamente,
pronto se fue distrayendo. La compañía de su hermano era muy amena: contaba
anécdotas, viejas historias familiares… Siempre había sido el alma de las
fiestas, incluso se animó a cantar algunos villancicos.
Tras
el delicioso banquete navideño, Carolina quiso enseñar a la familia la reforma que
habían hecho días atrás en el patio y salieron de la casa. A Pedro se le
ocurrió ir mientras tanto a la cocina a por un licor que había
comprado la semana anterior, justo para compartirlo en aquella ocasión.
Una
vez se hizo con él, regresó al salón para esperarles. Dejó el licor en la mesa.
Simón le abordó.
—Eh,
tío Pedro, ¿qué es esto? No será la guitarra que te pedí… —dijo con laúd en
mano. El instrumento había vuelto.
—¡¿De…
De dónde lo has sacado?! —preguntó presa de un amargo asombro y se lo arrebató enseguida.
—Estaba
ahí, pero no lo vi cuando llegamos… —señaló la chimenea.
—Da
igual. Vete fuera, rápido. Vete fuera con los demás.
—Vale,
vale…
El
chico se marchó enseguida.
—La
chimenea… la chimenea... ¿Cómo es que estoy tardando tanto en quemarte? —amenazó
Pedro al laúd mientras sostenía el mástil con fuerza y lo zarandeaba.
Se
dirigió a la chimenea y, encolerizado, arrojó el laúd al fuego. Mientras
las llamas lo envolvían, lo observaba triunfante.
—Feliz
Navidad… —dijo con resentimiento y fue a servirse un poco de licor para
celebrarlo.
Su
familia hablaba fuera, se habían entretenido.
Bebió
y, con el problema resuelto, pensó que sería buena idea avisarles para que
entraran, pues hacía frío. No obstante, cuando se dirigía hacia la puerta, escuchó
algo tras él. De nuevo, aquel estremecedor crujido.
El
laúd permanecía en la chimenea, las llamas lo envolvían, sí, pero era como si la
madera no prendiera. Se acercó. Entornó los ojos para
distinguirlo. El fuego no lo consumía.
En
ese momento, las llamas salieron del hogar estrepitosamente y rodearon el
salón. Todas las posibles entradas o salidas quedaron obstruidas por las llamas. Pedro
se alarmó. Miró a sus alrededores y se inquietó al verse rodeado por ellas. Volvió a poner su atención en el instrumento y justo cuando lo hizo, las
cuerdas del mismo se alargaron y se precipitaron hacia él. Una le
atravesó limpiamente uno de sus ojos y salió por la parte de atrás del cráneo. El resto de
las cuerdas atravesaron otras zonas: garganta, brazos, abdomen, la parte
derecha del pecho.
—Hazlo ya, Gauriel —dijo el macabro
rostro —es mejor proceder cuando siguen
todavía con vida.
Pedro
estaba paralizado, notaba como si las cuerdas le sostuvieran. Respiraba con
dificultad al tiempo que se apoderaba de él la más angustiosa sensación de
terror, posiblemente alguna de las cuerdas le había perforado uno de los pulmones.
Alguien
se aproximó. Su aspecto era el de un antiguo juglar de cabellos cobrizos. Este
tomó el laúd de la chimenea, siendo también inmune al fuego. Las cuerdas
volvieron a su sitio.
Pedro
cayó al suelo, bocarriba. Intentaba respirar desesperadamente mientras era
víctima de un dolor insoportable. El juglar se acercó a él. Las llamas rodearon
estrechamente a ambos.
—Adelante...
El músico puso bocabajo el laúd y lo levantó, apuntando el mástil hacia el pecho de
Pedro, quien observaba sumido en un temor indecible.
Instantes
después, le golpeó varias veces a la altura del corazón para abrirse paso hasta
él órgano. Los impactos eran implacables, la sangre salpicaba el laúd, al juglar, al
propio Pedro…
Una
vez cavado el despiadado hueco, el juglar se arrodilló junto a Pedro e introdujo
su mano cuidadosamente para extraerle el corazón. Después, lo sostuvo frente a la cavidad del instrumento. El macabro rostro sonrió y las llamas que
los rodeaban palpitaron con excitación.
Nadie
pudo hacer nada por Pedro.
Una
vez que se extinguió el incendio del salón, encontraron su cuerpo, calcinado.
El
laúd no estaba.
FIN
Espero que os haya gustado. Si queréis conocer más sobre la novela, podéis visitar mi página web o podéis leer el primer capítulo en mylibreto:
¡Feliz Navidad ! ¡Felices Fiestas!
Uy que buena historia me encanto.
ResponderEliminarTe mando un beso y t e deseo una feliz navidad
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¡Gracias! Me alegra que te haya gustado. Espero que hayas tenido unas felices fiestas y una gran entrada de año :)
Eliminar¡¡Hola M.A!! ¡¡De lo más aterrador!! Sin duda, lo mejor es no encontrar nunca el laúd, imposible deshacerse de él, una vez encontrado ya no hay marcha atrás. Besitos.
ResponderEliminar¡Hola! Quien se encuentra el laúd ya la lleva clara y más si lo acerca al fuego jejeje.
EliminarUn abrazo :)
Extraordinario, de verdad. Qué aventura. Cada vez echo más en falta una segunda parte de El Rostro en el Laúd. En serio, lo he pensado muchas, muchas veces, pero cuantas más proyecciones leo más lo añoro. Qué bueno este cuento versionando un nuevo episodio. Se perfila, tal vez, un buen hilo del cual tirar al construir esa segunda parte mencionada. Incontestable. Literatura de calidad. Te felicito, Auxí. Un beso.
ResponderEliminar¡Hola! Me alegra mucho que te haya gustado. Sí que estoy pensando en una segunda parte, me encantaría escribirla, pero antes tengo que terminar la novela que está en marcha jejeje.
ResponderEliminarUn abrazo :)
Me encantó la novela y este relato del que no sabía nada no se queda corto. El detalle de la web de Julia es tremendo. Bravo!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Valentín :). Me alegra mucho que te guste el relato y la novela. El enlace de la web se me ocurrió para que tuviera algún detalle interactivo. Un abrazo!
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