Relato: La llamada
Para mí, la experiencia de haber escrito un relato con otro autor ha sido positiva. Desde el principio hemos tenido buena comunicación y hemos sido capaces de ir conformando el relato con nuestros aportes realizados.
La
llamada
La
tarde no había sido nada especial. No tenía nada que reseñar en su diario. Empezó
a escribirlo hace tres años. Generalmente siempre buscaba algo para apuntar en
él, pues no le gustaba terminar la jornada poniendo para la posteridad: “Hoy no
ha ocurrido nada interesante”. Sabía que si nada nuevo
ocurría, esa noche tendría que volver a poner la dichosa anotación que ya había
inmortalizado más de diez veces en los últimos días. Se encontraba de
vacaciones en el pueblo de sus padres, y estaba resultando ser un verano
aburrido. Como la vivienda que habitaba cada año estaba siendo reformada, ella
se alojaba en la casa de unos amigos de la familia y de vez en cuando iba y
venía para comprobar los avances de las obras. Poco más hacía en el día, mataba
el resto del tiempo jugando a videojuegos clásicos. Estaba tentada de escribir
que había derrotado al jefe de la mazmorra, pero al igual que no lo hizo
en los días anteriores, éste día tampoco lo iba a hacer. Tampoco podía poner
que había descubierto un lugar nuevo en el pueblo, pues mentiría, porque ya que
lo conocía como la palma de su mano. Había pasado muchos veranos sola
investigándolo. De repente, sonó su teléfono. Descolgó el aparato y escuchó aquella
misteriosa voz. Tenía un mensaje para
ella y, una vez se lo hubo transmitido, colgó el teléfono sin darle tiempo para
contestar.
El mensaje decía lo siguiente: “No creas que me he olvidado de lo que
ocurrió. Sé que sigue ahí y haré lo que sea necesario para recuperarlo. Lo que
sea”.
El desafiante y amenazador tono de las palabras la asustó. No sabía a
qué se refería. Miró a su alrededor, a cada rincón del salón, y su siguiente
impulso fue ir enseguida a cerrar la puerta con llave. Cuando lo hizo, miró por
la mirilla. La luz de fuera estaba apagada, todo estaba bañado por una oscuridad
absoluta. No tardó en retirar el ojo de la pequeña abertura. Después trató de calmarse.
¿Y si se habían equivocado de número? Se sentó a ver la televisión tras
prepararse la cena y, poco a poco, sus ánimos se fueron sosegando. Sin embargo,
cuando comenzaba a caer presa del sueño y se levantó para dirigirse al
dormitorio, el teléfono volvió a sonar. Se sobresaltó. Sospechaba que se
trataría de la persona de antes. No quiso contestar. Se quedó ahí de pie,
paralizada, hasta que el teléfono dejó de sonar. En cuanto el timbre cesó,
suspiró aliviada, pero en cuestión de segundos, el teléfono comenzó a emitir de
nuevo ese irritante sonido.
Ella se acercó lentamente hacia el aparato. Inquieta, extendió su mano
hacia él y cuando estuvo a punto de descolgarlo… se fue la luz. Mas el teléfono
seguía sonando. Separó la mano de él y echó a correr a su habitación para
refugiarse bajo la quimérica protección de sus sábanas. Rodeada de oscuridad,
sus sentidos se agudizaron sobremanera. Su oído estaba presto a detectar
cualquier mínimo sonido para descubrir su origen. Pero lo único que escuchaba
era el aire de fuera que mecía las ramas de los árboles, nada más, ni siquiera
el teléfono. «Habrá sido casualidad». Pensó ella para tranquilizarse e intentar
conciliar el sueño. Esto fue algo que le costó, pero finalmente cayó rendida y
maldurmió unas horas.
Con el nuevo día, llegó una nueva manera de enfocar la situación. Por
supuesto, no fue nada más despertarse. Tuvo que desayunar y asearse antes de
que se le ocurriese mirar la lista de llamadas. Su costumbre de coger a la
primera el teléfono, y la tensión posterior tras el mensaje, le habían impedido
ver el número de la llamada. Resuelta a descubrir la identidad del desconocido,
y con la esperanza de que no se tratase de un número oculto, examinó el
historial de llamadas. Sin embargo, aquello hizo que se pusiese más nerviosa
aún. Descubrió que no había rastro de ninguna llamada desconocida ese día. No
figuraban en la lista ni la toma de contacto original, ni el resto de intentos
que ella había tornado infructuosos. Y entonces, ahí estaba nuevamente aquella
dichosa llamada. Figuraba un número en la pantalla de visualización, ¡el propio
número del teléfono que estaba sonando! Lo cogió, y antes de que la voz se
aventurase a pronunciar palabra, ella se adelantó:
—¿Quién eres y qué diablos quieres?
—Quiero lo que es mío. ¡Lo que me quitaste hace dos años!
—Yo no te he quitado nada. ¡Te habrás equivocado de persona!
—Sé quién eres, y quiero lo que es mío de vuelta. Haré lo que sea para
recuperarlo, ¿me escuchas? Lo que sea…
Ella se apartó del teléfono al escuchar nuevamente aquella amenaza,
tomó una bocanada de aire y, dispuesta a contestar a aquella intimidación,
volvió a acercárselo.
—Sé que te has alejado del teléfono, sé que ayer se fue la luz justo
cuando ibas a responder mi llamada. ¡Lo sé todo y no me equivoco!
La comunicación fue cortada nuevamente por el emisor de la llamada, y
ella volvió a caer en pánico. Sus pulsaciones se aceleraron y le faltaba el
aire para respirar. Entonces, cuando le llegó un momento de lucidez, fue a
apuntar en el diario lo que le había ocurrido en estos dos últimos días. Y
mientras escribía, cayó en la cuenta que en el propio diario podría encontrarse
la solución. Aunque siempre lo anotaba todo en un cuaderno, de vez en cuando se
molestaba en transcribir todo aquello a máquina para digitalizarlo. Así fue
como empezó a releer sus vivencias de dos años atrás. Eran frases cortas y
había sucesos que ella ya apenas recordaba. Y entonces, en el mes de julio de
hace dos años, había algo que podía guardar relación con la llamada.
Leyó sus propias palabras relatando que ocurrió en el pueblo un suceso
que emanaba cierto misterio. Se trataba de una noticia que conmocionó a todos.
En los periódicos se hablaba de que un tipo, buscado por la policía, había
llegado al pueblo y se ocultó en éste durante varios días, con el fin de esconder
algo de valor que había robado. Alguien le ayudó, convirtiéndose en su
cómplice, y lo único que sabían del compinche era que se trataba de una mujer.
Cuando la policía descubrió a ambos, el sospechoso huyó, perseguido por los
agentes. Y se cuenta que nadie supo lo que pasó después, pero que jamás se
volvió a saber de aquel hombre.
Lo incompleto de la información de la noticia hizo que quisiera saber
más y comenzó a buscar por internet. Pronto descubrió que se trataba de un
suceso que por algún motivo trataban de ocultar. No obstante, casi nada se le
escapa a la red y no tardó en dar con el comentario de un usuario en el que
figuraba algo inquietante. Por lo visto, aquella noticia no contaba toda la
verdad. El usuario comentaba que lo que sucedió realmente fue que la policía
acabó por accidente con la vida del misterioso sujeto durante la inesperada
persecución.
Conocer esos hechos la inquietaron aún más y no tardó en abandonar la
vivienda. Tomó las cosas más necesarias y “escapó” de allí. No regresó hasta al
cabo de una semana, acompañada de su hermano, a por el resto de sus
pertenencias.
Cuando recogían las cosas, el
teléfono comenzó a sonar.
—Ignorémoslo —propuso él, ya conocedor de los acontecimientos.
Pero el timbre telefónico seguía sonando insistentemente.
—Voy a cogerlo —terminó por decir ella.
—¡No! Espera, yo lo haré.
Su hermano se adelantó hacia el teléfono y cuando fue a descolgarlo,
el timbre se detuvo. No obstante, en cuanto se alejó, volvió a sonar. Él se
acercó una vez más, más deprisa, y cuando descolgó, comunicaba. Un par de
intentos más fueron suficientes para llegar a la conclusión de que tenía que
ser ella quien contestara.
Así lo hizo. Tomó el teléfono.
—Por fin podemos hablar —dijo la voz.
—¡¿Qué quieres?!
—Ya lo sabes. Quiero lo que es mío, malnacida. Jamás olvidaré tu
traición.
—¿Pero de qué hablas?
—Sabes bien de qué hablo, ¡yo lo robé, tú te lo quedaste y me
vendiste! ¡Maldita!
—Pero yo… ¡Te equivocas de persona!
—¡Devuélvemelo! Si es que sigue escondido ahí, donde lo dejé, y eso es
lo que espero porque de lo contrario…
—¡Ya estoy cansada de esto! ¡Me voy de aquí! ¡Déjame en paz! —gritó
con todas sus fuerzas y colgó inmediatamente después.
Se apresuraron en dejar la casa. El resto del verano transcurrió
tranquilo. Cuando volvió a la ciudad tras las vacaciones, retomó su vida
cotidiana. Con el tiempo, se tomó lo sucedido como algo más sobre lo que
escribir en su diario y no quiso prestar más atención.
Aquella noche volvió a sentarse para escribir. Se acomodó en el sofá,
tomó el bolígrafo y abrió el diario por la página de ese mismo día. Sin
embargo, en cuanto lo hizo, sus manos comenzaron a temblar. Alguien había
escrito antes que ella:
“Devuélvemelo. Devuélvemelo. Devuélvemelo. Devuélvemelo” se repetía en
la página una y otra vez, y en la siguiente, y en la siguiente, y en la
siguiente…
FIN
Muy interesante, felicitaciones a ambas. Me queda imaginar cuál era el objeto robado :)
ResponderEliminarGenial relato, tiene un buen suspenso y un sorprendente final. Felicidades a los dos Te mando un beso y te me cuidas .
ResponderEliminarEl relato está buenísimo, ambos tienen talento :)
ResponderEliminarbesos
esta muy bien, felicidades a ambos
ResponderEliminarWow interesante!! Y me quedare pensando que pudo ser lo que tiene que devolver.
ResponderEliminarMultitud de posibilidades copan mi mente. Desde la protagonista que puede urdir el montaje –dado que el número de teléfono registrado es el suyo-, pasando por una posible asociación de ideas, también por parte de la propia protagonista, en relación a la leyenda del lugar. Al conocer la misteriosa historia del chico y su compinche esta pudo causarle tal impresión que la lleve a obsesionarse cayendo en actitudes irrazonables, fuera de toda lógica escapando, incluso, a su control. Pero… ¿Y el diario? Páginas y páginas pidiendo devolver algo, quizá, inexistente. Escritas por ella, supongo. Sugiere un trastorno obsesivo; pero es que sugiere, en fin, muchas cosas. Me copan la mente. Maaaadreee… tus relatos acaban conmigo. Un besote, guapa.
ResponderEliminarMari Carmen C.