16 junio 2025

El Caso de la Bruja | El Tren de la Bruja #5 | «Casos Descartados»

¡Ya está aquí el Nº 5 de El Tren de la Bruja! Y, en esta nueva entrega, colaboro con un nuevo caso exclusivo de mi novela Casos Descartados, en sintonía con el irresistible tema de este número: ¡comedias terroríficas!

El Tren de la Bruja es una publicación independiente dedicada al cine, las series y la literatura de terror y fantasía, creada con mucha dedicación por Manuel Lendínez y Justo Fuentes. Si te apasiona el género, no te lo puedes perder. ¡Sube a bordo y prepárate para reír... y temblar! 


Además, este nuevo número llega cargado de sorpresas: un álbum de cromos para coleccionar, un póster... ¡una publicación completísima y por todo lo alto! 


A continuación, os invito leer el nuevo caso de Sigmund. ¡Espero que os guste!


El caso de la Bruja

El caso de la Bruja (M.A. Álvarez). 

Publicado en: El Tren de la Bruja (Nº 5).

El Caso de la Bruja. M. A. Álvarez


Nota de la autora

Cuando supe la temática de este nuevo número de El Tren de la Bruja, comedias terroríficas, me pareció una gran oportunidad para escribir un nuevo caso relacionado con mi novelas Casos Descartados.

Se trata de una comedia policíaca con tintes de lo paranormal ambientada en el siglo XIX, en la que Sigmund Sikerteils, un hombre despistado, de aspecto desaliñado y un llamativo corbatín, trata de resolver todo caso de carácter insólito o sobrenatural que es rechazado por los agentes de la comisaría de su ciudad, sin llegar a ser un auténtico detective.


EL CASO DE LA BRUJA

Una vez más, me encontraba revisando una serie de casos descartados cuando Carlotta, mi asistenta, me sacó de mis cavilaciones para indicarme que teníamos una visita. Me informó de que, en el salón, esperaba la señora Dagger, quien requería de mi atención por algún tipo de suceso fuera de lo común. ¡Y ahí estaba yo! Dispuesto a solucionar cualquier misterio desatendido.

—¡Se trata de una bruja! —exclamaba ella cuando nos reunimos—. Hay una bruja, una bruja en nuestro vecindario. En la comisaría no me hacen caso y…

—Deje que adivine: no ha tenido más remedio que acudir a mí.

—Sí, es decir, después de haber pedido ayuda en otra parte. ¿Usted sí va a ayudarme?

—Gracias por su sinceridad, pero eso depende de lo que me cuente exactamente, ¿no le parece? ¿Qué decía sobre una bruja?

—Verá, detective —comenzó, aunque yo en ningún momento dije que lo fuera—, se ha producido un incendio en mi edificio y sabemos que la culpable es una bruja.

—¿Y cómo han concluido que se trata exactamente de una bruja?

—¡Pues porque esa mujer es un bicho! Está en su naturaleza hacer el mal.

—Entonces, ¿tienen a una sospechosa?

—Claro que sí, detective.

—Está bien. Antes de que cunda más el pánico, iré a hablar con la mujer a la que llama bruja —respondí—, aunque ya le digo que dudo de que se trate de una. ¿Sabe que las mujeres que fueron perseguidas por delito de brujería no lo eran? He resuelto otros casos con anterioridad y…

—Ejem… —dijo Carlotta, que estaba escuchando la conversación.

—Bueno “casi”… Casi he resuelto otros casos anteriormente y, al final, todo tiene siempre una explicación razonable.

—¿Cómo? —preguntó la señora.

—Pues que todo tiene una explicación razonable.

—No, no. ¿Cómo que “casi resuelto”?

—En definitiva, ¿nos dice dónde está la bruja? ¿O vamos a estar aquí hablando toda la tarde? —intervino de nuevo Carlotta.

La señora Dagger nos condujo hasta un lúgubre y descuidado vecindario. Anochecía. Delante de la fachada del sombrío edificio afectado por el incendio, esperaban algunos vecinos. Estaban inquietos porque la mayoría de ellos no podía entrar en sus dañadas casas.

—Comenzaré interrogando a los vecinos —le comuniqué a Carlotta.

—Está bien, señor Sigmund, pero, antes, péinese un poco… —murmuró— que siempre tengo que recordárselo.

Así lo hice y me dirigí al inquieto grupo. Iba a comenzar a realizar preguntas, no obstante, la señora Dagger se me adelantó:

—¿Cómo? ¿No está el señor Acy?

—¿Quién? —le pregunté a ella.

—Es él quien tiene las llaves del edificio. Nos han prohibido entrar por seguridad, pero la bruja sigue dentro. Lo más probable es que ese incompetente esté en la licorería… ¡Encuéntrele y tráigale aquí para que pueda permitirle el paso!

—¿A mí? —respondí—, ¿no acaba de decir que han prohibido el paso porque no es seguro?

—Claro, por los daños y los escombros tras el incendio.

—¿Y quiere que yo entre ahí?

—Por supuesto. ¿Acaso no es ese su trabajo, detective? ¡Encuentre al señor Acy de una vez!

Finalmente, por su insistencia, Carlotta y yo no tuvimos otro remedio que dirigirnos a la licorería más cercana.

—Creo que deberíamos trazar un plan antes de encontrarnos con la supuesta bruja —ideaba yo por el camino—. ¿Qué tal una tapadera? Para poder hablar con ella. Si me presento como un detective, quizás no quiera colaborar y me resulte más difícil tratar de resolver el caso.

—¿Y qué se le ocurre?

—Todavía nada. Lo iré pensando.

Una vez en el local, un lugar poco iluminado, lóbrego, sucio y que transmitía cierta tristeza, hallamos al señor Acy en un alarmante estado ebrio. A pesar de todo, resultó ser bastante amable y, en cuanto entablamos conversación, se mostró dispuesto a colaborar.

Tras explicarle el motivo de nuestra visita, me entregó las llaves mientras decía:

—¿Sabes? Si a las doce no has bebido, abrore dra bera btra dretgrio— terminando la frase con unas palabras ininteligibles.

Creo que quiso compartir conmigo algún tipo de refrán, pero no entendí el final y siempre me quedé con la curiosidad: ¿acaso era así el dicho y se trataba de un juego de palabras para expresar que estaba borracho y pronunciaba la segunda parte de manera incomprensible deliberadamente o simplemente no comprendí lo que balbuceaba al final por su falta de lucidez en esos momentos? ¿Podría tratarse de un chiste?

Bueno, volviendo al caso, sí que nos facilitó las llaves, por el contrario, no quiso acompañarnos de vuelta a la edificación, así que regresamos sin él. Sin embargo, por el momento, se podría decir que todo iba sobre ruedas.

En la entrada del edificio, todavía me esperaba la señora Dagger y el grupo de vecinos. Al confirmar que tenía las llaves, la señora insistió en que entrara y, prácticamente, me pidió que echara a rastras a la bruja.

Pese a los peligros que conllevaba, Carlotta y yo accedimos con cuidado a la edificación con el objetivo de indagar y esclarecer las circunstancias. Y si el edificio parecía espeluznante por fuera, aún era más siniestro su interior. La oscuridad era casi absoluta, resultaba imposible saber dónde terminaban las sombras de la noche y dónde comenzaban las del propio edificio. Predominaba un silencio aterrador y el olor a hollín resultaba insoportable. Tuve que cubrirme la nariz y la boca con mi gabardina, Carlotta hizo lo mismo con su blusa.

—Démonos prisa, no deberíamos estar aquí mucho tiempo. —Ella sostenía un candelabro que la señora Dagger le había entregado antes de entrar.

Le pedí que alumbrara el suelo mientras caminábamos. Saqué de mi bolsillo la lupa que ella misma me regaló en una ocasión (porque no tenía) y comencé con mis investigaciones:

—Mire, Carlotta, aquí hay unas huellas —veía a través del cristal—. Parece que pertenecen a un calzado masculino y, por la marca que ha dejado la suela de los zapatos, el sospechoso debe calzar al menos…

—Esas son sus huellas, señor Sigmund —interrumpió.

—Ah, sí. Sí. Es verdad.

—Subamos al primer piso, es allí donde se encuentra la bruja —propuso.

—¿Y cómo lo sabe?

—¿No ha oído a la señora Dagger? Nos lo dijo cuando me ofreció el candelabro.

—Lo cierto es que todavía estaba pensando en la tapadera y...

—¿Pero qué clase de detective es usted? No, déjelo, olvide esa pregunta. Menos mal que he venido yo también. Vamos.

Con cuidado, subimos a la primera planta. Las tétricas paredes, salpicadas por los síntomas del incendio, intensificaban la tenebrosidad que el fuego había dejado a su paso. Apenas se veía nada más allá de la luz del candelabro, que nos guiaba poco a poco peldaños arriba. El intenso olor a hollín era ya insufrible. Apenas nos atrevíamos a pronunciar una palabra más. Solo deseábamos alcanzar la vivienda de la bruja.

Llegamos a la primera planta. Por suerte, Carlotta sabía a qué puerta exacta debíamos llamar. Le sugerí que lo hiciera mientras me daba prisa en terminar de pensar en la tapadera. Ella posó los nudillos en la puerta y miró hacia mí. Yo asentí y fue entonces cuando llamó. La puerta se entreabrió, acompañada por un quejicoso crujido al mismo tiempo que escapaba de ella un gato negro. Supongo que si no se trataba de una bruja, no comenzaba con buen pie.

La señora permanecía asomada a través de un espacio mínimo, apenas iluminado por el candelabro. Distinguimos un lánguido rostro, espectral, de facciones pronunciadas y unos penetrantes ojos saltones que buscaban clavarse en nuestras entrañas.

—¡¿Qué quieren?! ¿Quiénes son? —quiso saber tras unos interminables segundos.

Y así llegó el mejor momento para usar la tapadera…

—Estamos inspeccionando el edificio —respondí—. Ella es la arquitecta encargada de evaluar los daños y yo soy… su hijo.

—¿Eso cómo va a ser? —murmuró Carlotta, entre dientes—. Se ve a la legua que yo soy más joven que usted.

—De acuerdo. Ejem… Señora, somos peritos —lo intenté de nuevo—. Tenemos que inspeccionar su vivienda para saber si es habitable.

—¿A estas horas de la noche? ¡Váyanse!

La macabra señora se dispuso a cerrar la puerta. No se me ocurría nada más que decirle. Las dos tapaderas habían fallado estrepitosamente, habíamos perdido la oportunidad de entablar una conversación con ella.

Ya cerraba… Entonces, Carlotta exclamó:

—¡Espere! En realidad el señor Sigmund es detective y yo soy su ayudante.

Se detuvo.

—Estamos aquí porque queremos saber qué ha ocurrido exactamente en este lugar —continuó.

—¿Detective? —preguntó la señora—. Pues si tiene la misma capacidad deductiva que para inventar historias…

—Eh… la verdad es que exactamente… yo no… —comencé a explicar, pero Carlotta me propinó un disimulado codazo—. ¡Sí! Así es. Soy detective.

—¡Me lo hubieran dicho antes! Pasen, aquí dentro se puede respirar mejor.

—Si ya teníamos la tapadera perfecta —susurraba Carlotta mientras entrábamos.

—Jamás hubiera imaginado que se lo tomaría tan bien.

El interior de la casa era igual de inquietante que el resto del edificio. Solo estaba iluminada por unas cuantas velas esparcidas (unas velas, desde luego había que estar de humor para encender tantas velas después de lo ocurrido…). Las llamas habían destrozado cruelmente el mobiliario. La señora nos condujo hasta el salón, junto a una ventana bien abierta.

—Detective, debe usted probar mi inocencia —me dijo sin rodeos.

—¿Sobre que usted no es una bruja? —pregunté.

—¡¿Por qué me llama bruja?! ¿De dónde ha sacado eso? Es usted muy grosero. Yo soy la señora Amery.

—No, yo solo… Es lo que dijo la señora Dagger.

—¿Esa desgraciada le ha dicho que yo soy una bruja?

—Sí, y que usted ha provocado el incendio.

—Lo suponía. ¿Puede creerlo? ¡Me acusó delante de los vecinos! Pero yo no soy quien ha ocasionado este desastre.

—Está bien. Estamos aquí para llegar al fondo de este asunto. Cuéntenos su versión de los hechos —le pedí.

Para nuestra sorpresa, ella nos reveló que el hermano de la señora Dagger se había hecho ilegalmente con varias propiedades por la zona, las cuales pretendía derribar para sustituirlas por otras construcciones. Y que como este edificio seguía habitado, un incendio sería la única forma de hacer salir a todos vecinos.

—Aunque yo no pienso poner un pie fuera —insistía la señora Amery.

—Si lo que dice es cierto, eso explicaría muchas cosas… —cavilaba Carlotta.

—Posiblemente —intervine—. La señora Dagger ha estado insistiendo en que sacáramos de aquí a la bruja. —La señalé y me mostró una mueca de enfado—. Lo siento, no quería llamarla… ya me entiende…

—¡Claro! Incluso nos ha señalado el camino que debíamos seguir —teorizaba mi ayudante—. No obstante, ¿por qué decir que es una bruja?

—Para que pareciera más culpable y para distraer nuestra atención, Carlotta. ¡Esto ya ocurrió en otro caso descartado! Sí, resultó que el denunciante era el verdadero culpable mientras señalaba una y otra vez a que el responsable era un fantasma.

—Sí, ¡ya me acuerdo! Usted se lo creyó a pies juntillas, ja, ja, ja —carcajeó.

—Pero esta vez no. Señora bruja, esto... Señora Amery, ¿puede probar de alguna manera que el incendio no fue provocado por usted? —le pregunté.

—Por supuesto que puedo. Vi cómo la señora Dagger se comportaba de forma muy extraña justo antes de que se produjeran las llamas.

—Es un comienzo, aun así, necesitaremos más pruebas antes de ir a la comisaría… Tengo una idea.

Con la promesa de solucionarlo todo y comprobar la nueva versión de los hechos antes de señalar a quien fuera culpable, acudí a hablar con el jefe de bomberos tan pronto como me fue posible. Para entonces, ya habían descubierto que el fuego se originó en una vivienda del propio edificio, ¡y adivinen qué! Dicha casa la habitaba, desde hacía muy poco tiempo, un miembro de la familia Dagger. Conociendo estos datos, el testimonio de la bruj…, digo, de la señora Amery comenzaba a encajar.

De este modo, sacando de toda esta ecuación la presencia de una bruja, di el aviso en comisaría con el objetivo de que se tomaran el caso más en serio y comenzaran las investigaciones para resolver el enigma.

Y aquí terminaba mi trabajo. Recuerden que, en realidad, no soy un detective.

Sin embargo, todavía me quedaba algo más por hacer. La señora Amery me pidió que reuniera a los vecinos y que la acompañara para convencerles de que no se trataba de una bruja. Nos encontramos en aquella licorería donde hallamos al señor Acy. Antes de empezar la reunión, ella se dirigió al mostrador y nos trajo una ronda de bebidas para todos mientras nos acomodábamos en los asientos.

Le agradecí su ofrecimiento. Cuando bebí, esperaba algún tipo de licor, pero más bien parecía una infusión con un intenso sabor a hierbas. Mientras les explicábamos a los vecinos que la señora Amery no era una bruja, ellos también bebían. Nuestra elocuencia para relatar los hechos mejoraba por momentos y la receptividad de los vecinos se iba tornando abrumadora.

Todos salimos de la licorería completamente convencidos de que la señora Amery no era en absoluto una bruja. Ella se despidió de todos nosotros, alejándose triunfante con su gato negro.

Al día siguiente, desperté como si me hubiera bebido un tonel de unos de esos whiskeys que suele ofrecerme el agente Hoggans cuando quiere darme malas noticias…

FIN

5 comentarios:

  1. ¡¡Hola M.A!! Qué fantástico que participes otra vez en el tren de la bruja, y qué mejor que llevar este relato, precisamente, el caso de la bruja, que va tan bien con la revista. Me encanta el interior de la revista, con ese aspecto tan vintage y bueno, el relato, es fantástico.
    Yo me tomo ya mi descanso bloguero, espero que pases un feliz verano y nos vemos a la vuelta. Besitos.

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    1. ¡Hola, Isabel! Muchas gracias por leer el relato. Me ha encantado participar en este número sobre "comedias terroríficas" con un nuevo caso de Sigmund je, je, je. Este caso es en exclusiva para la revista, de ahí que sea un caso sobre una bruja, qué mejor personaje de terror para esta ocasión.
      ¡Qué pases un feliz verano!
      Un fuerte abrazo :)

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  2. Me gusto mucho el relato mantienes el suspenso en toda la historia. t emando un beso.

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    1. ¡Hola, J.P.! Muchas gracias por leer el relato, me alegra mucho que ye haya gustado.
      Un abrazo :)

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  3. ¡Hola, M.A.! Qué bien la fluidez y la dualidad que se da en esta lectura. Celebro que hayas encontrado tiempo para participar.
    Feliz y reparador verano. Bstes.

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Novelas M.A. Álvarez

Libros y Novelas M.A. Álvarez escritora

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