15 diciembre 2014

Murillo. Una tragedia revelada.


(Proyecto Adictos a la Escritura. Noviembre-Diciembre.)

En esta ocasión, el proyecto consiste en elegir determinados personajes o épocas de la historia universal para situar la acción del relato, ambientando la historia en un momento histórico particular.

Yo he ambientado mi relato en la Sevilla del siglo XVII, el pintor Murillo y la leyenda que existe en torno a su muerte.


Un poco sobre Murillo:

Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) nació en Sevilla, España. Fue un pintor barroco cuya obra es muy amplia y variada, siendo su mayor parte de tema religioso (aunque también pintó escenas de niños, adolescentes y minuciosos retratos).

Llegó a ser un pintor de gran prestigio y consideración y actualmente está considerado como uno de los grandes maestros de la Historia del Arte.

A la izquierda "Los Desposorios de Santa Catalina", uno de los lienzos del conjunto que formaba parte del retablo de la Capilla Mayor del Convento de Capuchinos de Cádiz. Este retablo fue la última gran obra encargada a Murillo.



Y aquí va mi relato:


Murillo. Una tragedia revelada.

Encontrándome en mi casa de Sevilla, en el Barrio de Santa Cruz, y no quedándome más remedio que permanecer postrado en mi cama, esperando un severo destino: mi propia muerte, inevitablemente recuerdo algunos momentos vividos, sobre todo mi última desgracia. Hacía unos meses había recibido un encargo y me trasladé a Cádiz para trabajar en el retablo del Convento de los Capuchinos. Debía dedicarme a una obra de grandes dimensiones, por lo que tuve que hacer uso de un andamio, armazón de madera portador de una cruel suerte cuando la mala fortuna hizo que me precipitara y callera del mismo, sufriendo un inesperado accidente cuyos efectos se complicaron por verse unidos a otros de mis padecimientos. Los médicos pronosticaron hace semanas la gravedad de mi lesión y, siendo conocedor de mi fatal desenlace, decido revelarle una historia a mi hijo Gaspar y a mi buen amigo Pedro Núñez de Villacencio antes de transmitirles mi última voluntad.

Se trata de un suceso que apenas he tenido la intención de compartir, simplemente fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo. Mi hijo está sentado a un lado de la cama en la que llevo abatido tantas jornadas. Pedro permanece en una vieja silla de madera. Antes de que Dios me lleve, le pido que escuchen mis palabras y comienzo a relatarles lo siguiente:

—No puedo evitar recordar cuando me encontraba yo ese día caminando muy cerca de la Catedral. Los mentideros del edificio servían todavía de lugar de reunión para mercaderes, pícaros y ociosos a la espera de noticias sobre las Indias, aun habiéndose provocado una notable disminución del comercio. La ciudad se mostraba bulliciosa. Multitud de comerciantes llegados del extranjero paseaban de aquí a allá, atendiendo sus negocios. Era preciso esquivar a mucha gente para continuar mi camino a través del denso tumulto y fue cuando, tras rebasar a un grupo de personas, una gitana se acercó a mí y detuvo mi paso.
—Padre, no hables. Estás muy debilitado —me aconsejó Gaspar, pero era mi deseo terminar mi relato.
—Escucha atentamente, hijo —respondí—, pues quiero revelarte algo que ella dijo y que estos últimos días ha estado oprimiendo mi razón. Cuando ella me detuvo insistió una y otra vez en leerme la mano. Al principio me negué, pues no soy yo hombre que me interese por esos menesteres. No obstante, su insistencia hizo que al final cediera y le mostré la palma de mi mano. Ella la observó con atención. La tomó entre las suyas y durante unos segundos permaneció observándola en silencio, hasta que mostró un gesto repentino: sus ojos se abrieron transmitiendo una especie de temor y asombro. Durante unos instantes se clavaron en los míos y entonces pronunció las siguientes palabras: “Cuídate de los casamientos, pues en uno encontrarás la muerte”. No puedo asegurar que sus palabras no me inquietasen. Siempre he sido un hombre de fe, pero no pretendía tentar a la suerte y quizás me dejase llevar por la superstición cuando decidí finalmente que dejaría de asistir a ese tipo de celebraciones.

Gaspar y Pedro se miraron desconcertados durante unos instantes.

—Los años pasaron —continué—. Y sabéis que hace unos meses fue necesario que me trasladase a Cádiz para realizar el encargo en el que estaba trabajando en el Convento de los Capuchinos, donde fui presa de este infortunio mientras realizaba mi labor.
—Sí, padre pero —interrumpió—, ¿por qué nos cuenta todo esto?
—Porque —suspiré amargamente— al final sucedió como predijo la gitana.
—¿Pero de qué estás hablando? 
—Antes de caer del andamio me encontraba trabajando en aquella obra —dije y el recuerdo me produjo cierto temor y turbación.
—¿Qué obra?
—Los Desposorios de Santa Catalina.

***
El día 3 de abril de 1682 falleció Bartolomé Esteban Murillo. Su última voluntad fue ser enterrado en la Parroquia de Santa Cruz. Su deseo se vio cumplido, no obstante, posteriormente, esta Iglesia desapareció durante la ocupación francesa en Sevilla. En la actualidad, en su solar se alza la Plaza de Santa Cruz, cuyos jardines delimitan lo que fueron en su día los muros de la Iglesia y en cuyo subsuelo, en lugar desconocido, reposan los restos del pintor. Irónicamente, frente a esta plaza se encuentra la Embajada Francesa.

Cerca de esta localización se extienden Los Jardines de Murillo, que tomaron su nombre por su proximidad al artista y su residencia.

Su última obra: “Los Desposorios de Santa Catalina”, representa la unión espiritual o “matrimonio” entre Dios y el alma de la santa. Por lo que se dice que la profecía se cumplió: Murillo moría en un casamiento.
***

FIN

2 comentarios:

  1. Hola, me ha gustado mucho el tema que has escogido y como has conducido la trama del relato!! Felicidades!!!


    besos!!!

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  2. ¡Hola! Resulta interesante la historia, además de bien narrada informa que da gusto. Te felicito. Un abrazo.

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Novelas M.A. Álvarez

Libros y Novelas M.A. Álvarez escritora

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